28.9.05

20._ Benevolencia

Hemos recibido un mensaje, una tradición: la cristiana, que afirma que Dios nos salvará; más aún: nos ha salvado "ya", de la injusticia, del sufrimiento y de la muerte, para darnos la vida eterna junto a Él, en su "reino".
¿Es ésta otra de las creencias consoladoras con las que el ser humano quiere auto-convencerse --de forma insensata y desmesurada-- de su anhelada inmortalidad y felicidad individual? ¿Cómo podemos interpretar ese mensaje según nuestra concepción de Dios: la Novedad Última, el emergente final del proceso creativo cósmico?
Pues bien, hemos dicho que creemos que Dios tiene (tendrá,tuvo) conocimiento de todas y cada una de las personas que han existido formando parte del proceso. Él puede "ver", desde la cúspide de la evolución cósmica, como desde la cima de una enorme montaña, a todo el sinnúmero de minúsculas existencias individuales que han vivido, luchado, sufrido, y desaparecido finalmente en la inmensidad del proceso.

También hemos dicho que Él es personal, como nosotros, y que --a pesar de que nos es imposible conocer nada cierto acerca de Él-- pensamos que podemos reconocerlo como la realización acabada de nuestras tendencias éticas y estéticas, de lo mejor que hay en nosotros.

¿Cómo no imaginarlo entonces compasivo y misericordioso, lleno de bondad y benevolencia hacia los seres pequeños, injustos y fracasados, hacia los minúsculos proyectos inconclusos?

Es cierto que la razón nos alega que Dios trascendente debe bastarse a sí mismo. Es irrisorio pensar que pueda tener necesidad de nosotros. Si Él es trascendente, es el "todo". Nada puede haber fuera de Él.

¿Tal vez sería lógico pensar entonces que, para su misma trascendencia, quiera recapitular el universo antiguo en Sí, para que incluso lo temporal, lo pasado, lo que ya no es, quede recreado y transformado en Él? Pero, ¿no ha sido renovado ya el universo en Dios mismo? ¿Y cómo lo temporal puede quedar asumido en lo eterno sin contradicción? Cuando ha emergido lo eterno, todo lo temporal debe quedar anulado definitivamente.

Sin embargo, íntimamente comprendemos --puesto que somos su imagen y semejanza-- que Él, desde su cima, quiera, en su inmenso amor y benevolencia, salvarnos de la insignificancia y la muerte.

¿No somos nosotros --cuando mejores somos-- bondadosos y compasivos con nuestros hijos, con los débiles y enfermos, con los animales, con los seres de la naturaleza que nos rodean y nos han precedido? ¿No somos capaces de ponernos en el lugar de otros seres, incluso minúsculos e insignificantes, y participar de sus frustraciones y sufrimientos? y ¿no sentimos el impulso de evitar esas desdichas? , ¿no disfrutamos cuando podemos dar consuelo y felicidad a los que lo necesitan y dependen de nosotros? ¿No reconocemos en estos rasgos a lo mejor de nosotros?

Pues, incomparablemente mejor que nosotros tendrá que ser Dios. En este sentido, el que nos enseña nuestro sentimiento ético, --la presencia en nosotros del Espíritu--, podemos conocer que Dios será bueno y benevolente hacia nosotros.
Si es todopoderoso y misericordioso, podrá y querrá salvarnos de la nada, para incluirnos en el todo, que es Él mismo.